¡ Todo se despunta ! ; lo chico, lo grande y lo mediano, los fierros conocidos y desconocidos. Dicen que hay excepciones, pero a mí, en los pueblos, no me han tocado. Y a todo esto, algunos matadores hacen gala de su falta de seriedad mientras otros se dejan llevar por la comodidad impuesta. Acompañan el ambiante degenerado algunos mozos de espadas que presumen de ser doctores en la materia del afeite, aunque en realidad de poco sirve esta especialización ; la desfachatez es tal, que los astados ya salen al ruedo con los pitones cuadrados ; el público nada dice y la autoridad se calla. Ignoro el motivo del silencio de las autoridades, pero hay casos en que éstas son empresa, lo cual explica algunas anomalías.

Y como si todo lo expuesto fuera poco, cada vez salen más toros con menos fuerza. En las recientes seis corridas que he presenciado, incluyendo algunas en la capital, no se ha visto ni un quite. Hace años hubiéramos visto, en seis corridas, un mínimo de ciento ocho quites. Y es que ya no es menester quitarle el toro al caballo, sino más bien quitarle el caballo al toro.

Conchita Cintron
Guadalajara, 1975.
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